Autor :Rey, Darío Raúl1, Sívori Martin2
1 Director de la Carrera de Especialista UBA, Unidad Académica, Hospital Tornú.
2Director de la Carrera de Especialista UBA, Unidad académica, Hospital Ramos Mejía.
https://doi.org/10.56538/ramr.QSGE8328
Correspondencia :Dario Rey. Mail: darioraul.rey@gmail.com
Recibido: 12/02/2023
Aceptado: 06/03/2023
La
especialidad con la denominación de “Tisiología” surgió a partir de la atención
de la tuberculosis (TB), de ahí su nombre. Los médicos formados hasta la
primera mitad del siglo XX eran tisiólogos y recién con la aparición de los
fármacos anti-TB, la ventilación mecánica y los adelantos en fisiología
respiratoria, unidos al mayor conocimiento de las enfermedades obstructivas
(especialmente el asma bronquial y la EPOC), nace la Neumonología como
especialidad, que reúne el manejo de la TB y las demás enfermedades del aparato
respiratorio.
Con
seguridad, se encuentra la TB entre las principales causas infecciosas de morbimortalidad
de los pueblos originarios entre los siglos XV y XIX. Por el caso, el beato
Ceferino Namuncurá (1886-1905), nieto del gran cacique Callvucurá, falleció de
TB.
El
territorio argentino es muy extenso y se nombrarán por región geográfica, solo
en algunas provincias, a manera de ejemplo, cuál era la situación sanitaria del
manejo de la TB en el siglo XIX y primera mitad del siglo XX. En ese tiempo, el
manejo de la TB estuvo dominado por los centros de aislamiento de enfermos
contagiosos de TB. Uno de los factores que generaron la alta mortalidad por TB
era la inexistencia de un método efectivo para su cura hasta bien entrada la
primera mitad del siglo XX. Mientras tanto, las estrategias utilizadas por la
medicina para su contención fueron los sanatorios y dispensarios donde se
trataba a los enfermos utilizando diversas terapéuticas, entre ellos la cura
higiénica-dietética o la del reposo, además de otros métodos con resultados
insuficientes como las cirugías (exéresis, toracoplastias, neumotórax…),
tónicos fortalecedores, sales de oro, etc.1, 2 La mortalidad en las dos primeras décadas del
siglo XX era entre 130 y 140 enfermos, con picos de 160/100 000 hab., para
descender hasta 1947 (etapa pre antibiótica) a 60/100 000 debido solamente a
las medidas preventivas y de aislamiento generadas desde la Salud Pública.
Introducida la estreptomicina (E) y luego los restantes antibióticos, la
mortalidad cayó drásticamente en los siguientes diez años.3
La
Organización Mundial de Salud considera que la TB es la decimotercera causa de
muerte en el mundo. En el 2020, fallecieron 1,5 millones de personas, incluso
214 000 con virus de la inmunodeficiencia humana.4
En dicho período, enfermaron de TB 9,9 millones de personas y las
treinta naciones con carga elevada de TB componen el 86 % de los nuevos casos
de la enfermedad.4 La incidencia
de la TB está disminuyendo 2 % por año, aproximadamente. Entre 2015 y 2020 la
reducción acumulada fue del 11 %. y gracias al
diagnóstico y tratamiento de la TB, se salvaron 66 millones de seres humanos.4
En
relación con la Argentina, se notificaron 10 896 casos de TB en 2020, de los
que 10 268 fueron nuevos casos y el resto recaídas.5
La tasa nacional se ubicó en 24,01/100 000 habitantes y la más
alta le correspondió a Salta (42,4/100 000). En la provincia de Buenos Aires y
la CABA, se registró el mayor número, que congregó el 65,94% de los casos
notificados del país. En 2020, los decesos por TB fueron 656, lo que representa
una tasa de 1,45/100 000 habitantes.5
BUENOS AIRES Y SUS ALREDEDORES
Hacia
1880, en la Ciudad de Buenos Aires (CABA), había cuatro centros hospitalarios
de adultos, además de la Casa de los Niños Expósitos: el Hospital de Hombres
(al lado del Convento de Santa Catalina), el de Mujeres (hoy Tacuarí y
Bartolomé Mitre) y el Lazareto de San Roque (que sirvió también una vez
finalizadas las epidemias de cólera y fiebre amarilla, para alojar los enfermos
con TB, hoy llamado Hospital J. M. Ramos Mejía).6-8 Dicho nosocomio fue el primero asociado a la
Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y, como tal, el
primero multivalente creado dentro de la CABA. El cuarto hospital, fue creado
para la Guerra del Paraguay: el Hospicio de los Inválidos (donde se internaban
los heridos graves como consecuencia de las guerras fratricidas regionales,
además de pacientes psiquiátricos), en Barracas donde después se creó el viejo
Hospital Rawson.6-8
A
fines del siglo XIX, a nivel nacional, el doctor Gregorio Aráoz Alfaro
(1870-1955) asignó un plan general de profilaxis para la TB. Este plan poseía
dos características principales: una directa y otra indirecta. La primera
consistía en trabajar principalmente con dispensarios, localizados en lugares
estratégicos y que tenían como función la visita domiciliaria del médico para
detectar posibles contagiados y tratarlos. A partir de allí, desinfectar la
vivienda, la ropa utilizada y el aislamiento de los enfermos. En caso de que
fueran muy críticos, se los derivaba a los hospitales. En la segunda, la
profilaxis indirecta, se trataba de fortificar al cuerpo sano, principalmente
en los niños: higiene escolar, educación a las madres, educación física,
escuelas al aire libre, colonias de vacaciones, todo para mejorar la salud
infantil, porque se creía que la TB se adquiría a esa edad, pero se manifestaba
en la adultez.9
Debido
a la gran cantidad de enfermos de TB, el Dr. José Penna creó en 1883 un Centro
de Aislamiento en CABA, conocido como Hospital de las Barracas de enfermos
contagiosos, con más de trescientas camas en donde hoy está situado el
Hospital Muñiz.6-8 Para 1900, se
empezó a construir lo que es el Hospital Muñiz, y precozmente se lo adscribió a
la Facultad de Medicina. Construido como pabellones separados por amplias
avenidas interiores, es el modelo utilizado y existente hasta hoy en día.8, 10 En 1904, se
lo llamó Hospital Francisco Javier Muñiz. En 1936, se inaugura el moderno
Pabellón Koch con doscientas camas: su majestuosa arquitectura hoy sigue
maravillando. En 1938, se fundan el Dispensario de Tuberculosis con acceso por
la avenida Vélez Sarsfield, el Laboratorio Experimental de Tuberculosis, las
tres áreas dependientes de la Cátedra de Tisiología y Facultad de Medicina de
la UBA, y surgen allí las figuras centrales de la historia de la Tisiología
argentina: los Dres. Raúl Vaccarezza, Oscar Croxatto (patólogo), Alfredo Lanari
y Abel Cetrángolo (bacteriólogo).8,
10 El
primer Profesor Titular de la Cátedra de Tisiología fue Raúl Vaccarezza en
1938. Debido a ello, el Instituto Universitario con sus tres dependencias
lleva su nombre.10 Luego, al
Profesor Raúl Vaccarezza, lo siguieron hasta la década de los setenta, los
profesores Dr. Juan Carlos Rey (1950-1971), José María Leston (1972-1973),
Jorge Pilheu (1974), Rubén Sampietro (1975), Francisco Dubra (1976) y Luis
Julio González Montaner (1977-1995).10
El Prof. Raúl Vaccarezza habilitó en 1939 el Centro Antituberculoso
Universitario, dirigido por el Dr. Benjamín Enquin para evaluar preventivamente
a los estudiantes que ingresaban a la UBA.9
Otro
centro fundamental en CABA en la atención del paciente con TB se creó en 1904,
primero como un dispensario en Villa Ortúzar y, luego, como hospital público,
actualmente denominado “Dr. Enrique Tornú”.6, 7 Fueron los Dres. Samuel Gache, Emilio Coni y
Enrique Tornú sus figuras fundacionales. El Dr. Alejandro Raimondi, destacado
tisiólogo, creó la Escuela de Enfermería en este establecimiento. En
dependencias del Hospital Tornú, se creó en 1934 el Centro de Investigaciones
Tisiológicas que en 1955 pasó a depender de la UBA. Se designó al Dr. Alfredo
Lanari como primer director, lo que después se terminaría llamando “Instituto
Alfredo Lanari”. 6, 7
En
1901, se creó la Liga Argentina de Lucha contra la Tuberculosis (LALT),
institución privada, con varios dispensarios distribuidos en la ciudad y su
sede en el barrio de Palermo, CABA.6, 7
Otras
destacadas personalidades en esa primera mitad del siglo XX, fueron los Dres.
Jorge Loro Marchese (1924-2021) y Oscar Vaccarezza (1906- 1985) ambos cirujanos
de tórax, y Pedro Rubinstein (1914-1984). En la Sala 3 del Hospital Rawson funcionó
el Consultorio de Vías Respiratorias, creado por el Dr. Zelasco, donde trabajó
Rubinstein. Ese centro también fue eje de atención de pacientes con TB, al
tiempo que el Hospital Rawson contaba con el soporte del equipo quirúrgico de
los hermanos Finochietto.
Otro
centro tradicional en el manejo de la TB en el norte del gran Buenos Aires,
Vicente López, es el Hospital Antonio Cetrángolo, iniciado en 1937 como
dispensario especializado en TB que, luego, se transformó en Hospital en 1952,
que ha investigado y tratado las restantes patologías bajo el nombre con que se
lo conoce en la actualidad.6,
7 En
el Dr. Ángel Bracco, la cirugía torácica tuvo aquí su figura destacada.
CENTRO DE NUESTRO
PAÍS
Con
el argumento de que la “cura de aire” o “a través del
clima”, utilizada con relativo éxito en casos de TB no muy extensas, era
la elección preferida de la medicina argentina. Los sanatorios y centros de
atención de Córdoba, situados en regiones con clima seco y de altura, se
convirtieron en destinos elegidos “por los enfermos de pecho”.11, 12 Pero otras
zonas del país, como la costa atlántica, y la cordillerana, la pampa o,
incluso, los alrededores de la CABA, o algunos de sus barrios, fueron destinos
posibles para la “cura de reposo”.2 Ya en 1906,
en su informe sobre la clase obrera, Juan Bialet Massé ofreció un panorama que
ligaba los «aires purísimos» de las sierras de Córdoba con la
capacidad que poseía la denominada «Meca de los tuberculosos… de curar
5000 tísicos por año».2,
13 Se
destaca en las sierras Chicas, el de Santa María de la Punilla, Córdoba, que en
1900 fuese creado por el Dr. Fermín Gutiérrez, un enorme edificio que hoy en
día es hospital.
En
cuanto a información médica epidemiológica, el Primer Congreso Panamericano de
la Tuberculosis se reunió en Córdoba en 1927, donde médicos extranjeros y
nacionales expusieron sus primeras comunicaciones científicas.11-13 En el caso de Córdoba, a partir de 1920, se
crearon una gran cantidad de establecimientos, que alojaban enfermos o solo los
atendían ambulatoriamente. En 1915, contaba con 400 camas y hacia 1925, ese
número ya se había cuadruplicado, y llegó a 1500 camas.
11, 12 A ello, se
sumaban gran cantidad de sanatorios privados, como el Sanatorio Mieres, la
Clínica Berna, el Hogar Japonés, el Sanatorio de la Marina, el Sanatorio
Laënnec y el Centro Universitario, a los que se agregaron dos sanatorios más,
como el Sanatorio de Nuestra Señora de la Misericordia y el Hospital Tránsito
Cáceres de Allende, establecimientos creados hacia 1922.11, 12 A mediados de la década de 1930, estos establecimientos
añadían aproximadamente 500 camas, y se sumaban aquellos que atendían a pacientes
ambulatorios, como el Dispensario de la Sociedad Tránsito Cáceres de Allende
(1918), el Dispensario antituberculoso, dependiente del Hospital Rawson (1926),
y el Dispensario Central Antituberculoso, dependiente del gobierno de la
provincia de Córdoba (1931).11,
12 El
examen preventivo de los estudiantes universitarios se inició en 1936 en el
Instituto de Tisiología de Córdoba bajo la dirección del Prof. Gumersindo Sayago.9 En 1937, se
creó en el mismo Instituto, el Dispensario Antituberculoso Universitario, bajo
la Dirección del Prof. José F. Verna.9
En Córdoba, se creó en 1942, el Hogar Universitario en la ciudad
de Cosquín en el tratamiento de universitarios tuberculosos, bajo la dirección
del Dr. Luis C. Vauthier. Tuvo filiales en La Plata, Rosario, Buenos Aires,
Tucumán y Cuyo.9
NOROESTE
En
octubre de 1850, gracias al sacerdote Escolástico Zegada, comenzó a funcionar
el Hospital de Jujuy, hoy Hospital San Roque con 14 camas.14, 15 Los doctores Sabino O’Donnell, Arias y Luis
Cuñado fueron los primeros médicos en uno de los Hospitales más antiguos del
país.14, 15 Constituyó un
lugar de aislamiento para los pacientes con TB. Los enfermos con poder
económico pagaban pensión y hospedaje, lo que permitía así la atención de gente
carenciada y promovía el cooperativismo enunciado por Zegada. En forma
transitoria, cerró el hospital por falta de financiamiento después de 13 años,
habiendo atendido a 1400 pacientes. En 1868, este sacerdote logró su
reapertura.14,
15
En
San Miguel de Tucumán, diferentes gobiernos, como el de Marcos Paz (1858)
invirtieron en educación sobre higiene y en diferentes medidas para mejorar la
salubridad pública.16 En 1887, se
crea el Consejo de Higiene Pública, predecesor del Ministerio de Salud Pública
de la década del cuarenta. Algunos de los médicos destacados en la atención de
TB fueron Benigno Vallejo, Julio González Lelong, Guillermo Paterson y Lozada
Echenique. Se creó el Instituto Microbiológico a cargo de G. Paterson y Pedro
García.16 A fines del
siglo XIX, también comenzaron a funcionar los hospitales con concepción
moderna. En 1883, se inauguró el Hospital Nuestra Señora de las Mercedes,
denominación que sería reemplazada en 1912 por el de Hospital Ángel C. Padilla,
situado en su ubicación actual. Existían cuatro pabellones, dos para varones y
dos para mujeres.16 En 1900, se
inauguró el Hospital San Miguel, con dos pabellones femeninos, que
posteriormente se denominaría «Zenón J. Santillán». Los ingenios de azúcar más
importantes llegaron a tener hospitales propios.16
El diputado tucumano, exdecano de la Facultad de Medicina de la
UBA y exjefe de Ginecología y Obstetricia del Hospital Ramos Mejía, Dr. Eliseo
Cantón, generó importantes medidas en higiene y salud pública. El gobierno del
Dr. Ernesto Padilla (1912-1915) incorporó, en la provincia, la enseñanza
obligatoria escolar de nociones elementales de higiene infantil y puericultura.
En el ámbito privado, Alfredo Guzmán creó La Granja Modelo entre 1910 y 1920;
en esos tiempos, único en su género en América Latina. Se trataba de una
fábrica que pasteurizaba la leche bajo estrictas normas de seguridad y
eficacia, con lo que se eliminó totalmente la TB bovina.16
En
Cuyo, Mendoza, en particular, era conocida por su «clima seco, soleado
(helioterapia) y la altitud sobre el nivel del mar», por lo que el Dr. Julio
Lemos la calificaba como «ciudad-sanatorio», pues venían, incluso del
extranjero, pacientes a aliviar sus dolencias.17 Ya en el siglo XX, en 1924, el Dr. Carlos
Puga, en un artículo titulado “Dispensarios antituberculosos
en la Revista Médica de Cuyo. Necesidad de su implantación en Mendoza”,
alertaba sobre la urgencia de encarar la lucha contra esta enfermedad en forma
sistemática y eficaz.17 En Julio de
1926, a través de la LALT, presidida por el Dr. Gregorio Alfaro, los Dres. Puga
y José Palma, y el Sr. M. Jankiwski fundan el Dispensario Antituberculoso de la
LALT. Convocaron a otros profesionales, como Salomón Miyara, Pedro Notti y
Carlos Guerra, que asistieron en forma gratuita a más de 2000 personas en 6 meses.17 Hacia 1940,
la atención se dispensaba a más de 43 000 pacientes. En 1929, inicialmente se
internaron en el Hospital Lencinas, que poseía 200 camas, pero rápidamente se
colmaron. En agosto de 1940, se comienza a publicar mensualmente Acción
Antituberculosa, dirigida por el Dr. Salomón Miyara y que primordial en la
tarea de información sobre la TB.17 En 1942, se
promulga la ley 1472, que dispone del catastro radiológico en la provincia.
Todas estas acciones, todavía en la etapa preantibiótica, logran disminuir en
1941 el índice de morbilidad de 10,4 pacientes con TB/1000 habitantes a
6,59/1000 habitantes. En 1940, se inicia la vacunación con BCG a los recién
nacidos a través de la LALT y, en 1949, se comienza a usar la E.17
LITORAL
Existe poca información sobre la historia del manejo de la TB en
las provincias del Litoral. El control de la salud pública estuvo dado en Rosario,
Santa Fe, por la Asistencia Pública, primer lugar creado a nivel
municipal en 1890.18 En 1897, aparece la Casa del
Aislamiento (ahora Hospital Carrasco), destinada a pacientes infectocontagiosos,
y el Hospital Rosario en 1898 (actualmente Centro de Justicia Penal). El Dr.
Clemente Álvarez (1872-1949), referente local de la lucha contra la TB y la
«mediatización» de la salud, difundió la aparición de los dramas médicos
sociales, las historias de vida y vivienda de los enfermos de TB y lepra, así
como las notas publicadas por el Dr. Rubén Vila Ortiz.18
PATAGONIA
Hay muy poca información particular sobre el estado de situación
en la Patagonia, pero seguramente no escapa a los lineamientos generales
hechos anteriormente, de atención en los primeros hospitales públicos como
centros de aislamiento. En uno de esos hospitales públicos (Viedma, Río Negro),
el enfermero Artémides Zatti (1880-1951), declarado Santo por la Iglesia
Católica, trabajó en el dispensario de TB atendiendo a todos los pacientes (él
ya había estado internado), incluido a Ceferino Namuncurá.19
TUBERCULOSIS:
LO VIVIDO
Uno de los autores (el Doctor Rey) refiere en este trabajo sus
experiencias en la especialidad, que abarca su labor en el Hospital Muñiz
(1965-1979) y en el Hospital Tornú (1979-2007), cuando se jubila como jefe de Unidad
de Neumonología.
La casualidad hizo que tuviera inicialmente dos destacados médicos
que lo supervisaron e instituyeron los pasos iniciales: los Dres. Pedro
Rubinstein y su jefe de clínica, Eduardo Herrmann. Ambos enseñaron a revisar
con humanidad y adecuadamente los pacientes, así como a leer el material
radiográfico y realizar las intradermorreacciones con la técnica de Mantoux. En
esa época no existía la invalorable colaboración actual de la tomografía
computada de tórax.
Diariamente, el Dr. Rubinstein recibía las radiografías
practicadas a los pacientes y describía los hallazgos en estas, tal como lo
describe Raoof y del que, con los años, se aprendió a desarrollar.20
Si bien predominaba la TB en los ingresos, enseñó que si el
paciente tenía tres baciloscopias negativas, el diagnóstico debía
orientarse a otras enfermedades neumonológicas.
El Dr. Herrmann -que luego culminara como primer Jefe de la Unidad
de Neumotisiología del Hospital Ramos Mejía-, a su capacidad docente le
agregaba su gravedad y exigencia en la asistencia y el estudio. Ello a veces
provocaba fastidio, pero seguramente lo hacía al intuir que el suscrito poseía
devoción por la asistencia, la docencia y condiciones para escribir temas de la
especialidad.
La TB se clasificaba acorde con la extensión radiográfica en mínima
(cuando la lesión ocupaba un campo pulmonar), moderadamente avanzada (si
ocupaba dos campos) y avanzada (si excedía ello). Se recurría para
sugerir el plazo terapéutico que era de 12 meses en la forma mínima, 18 meses
en la moderada y 24 meses en la avanzada, salvo que el paciente padeciera TB
renal, ósea o meníngea, en cuyo caso se extendía a 36 meses.
El tratamiento inicial consistía en tres drogas: estreptomicina
(E), la isoniacida (H) y el ácido paraamino salicílico (PAS), a los que se
añadían las de segunda línea para los retratamientos (aún vigentes), como la
pirazinamida (Z), la kanamicina (Kn), la capreomicina (Cm), la etionamida (Et),
la cicloserina (cs) que incrementaban la posibilidad de efectos tóxicos.
En líneas generales, los resultados eran favorables, debido a las
premisas enseñadas que informaban que un tratamiento debía ser: precoz (iniciado
lo antes posible), intenso (conforme al peso teórico del paciente), individual
(adecuado a asociaciones morbosas presentes), combinado (no menos
de tres drogas para evitar recaídas o resistencia bacteriana), continuado (evitar
interrupciones), prolongado (el tiempo estipulado por indicación médica)
y actualizado (controles bacteriológicos periódicos que asegurasen la
negativización).
Al efectuar el Curso de Especialista, se agregaron referentes en
los ateneos clínicos, quirúrgicos y de patología: el Dr. Rey (que «disecaba»
las radiografías hasta el mínimo detalle), el Dr. Sampietro (cirujano de
tórax, con indicaciones certeras acorde con cada caso), el Dr. Croxato
(excepcional patólogo) y el joven Dr. González Montaner (cuyos aportes se
escuchaban con respeto).
En 1976 y hasta el final de sus carreras médicas, tanto en el
Muñiz como en el Tornú, se tuvo el privilegio de hallarse bajo la tutela de los
Dres. Jorge Loro Marchese y Jorge Pilheu, quienes comunicaron sus prácticas
profesionales y docentes, transmitidas a su vez, a las jóvenes generaciones de
profesionales.
De Jorge Loro Marchese, se prosiguió aprendiendo humanidad con
los pacientes, a realizar biopsias de pleura y pulmón bajo su orientación, y a
colaborar en jornadas y congresos.
De Jorge Pilheu, se aprendió a perfeccionar charlas de pregrado y
posgrado, extraer conclusiones y utilizar nuevas pautas de tratamiento
abreviado, que motivaron su inclusión en el libro del 75.°
aniversario del American College of Chest Physicians.21
A todos los antes nombrados, se los tiene siempre presentes y se
siguen utilizando las habilidades docentes asimiladas y compartidas tantos
años.
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