Revista Americana de Medicina Respiratoria - Volumen 15, Número 2 - Junio 2015

Editorial

Homenaje al Dr. Aquiles Roncoroni

Autor : Eduardo Schiavi

Director del Hospital María Ferrer

Correspondencia : E-mail: eduardo.schiavi@gmail.com

El recuerdo del Dr. Aquiles Roncoroni con motivo de cumplirse 10 años de la fecha de su fallecimiento adquiere su mayor sentido cuando pensamos que es bueno rescatar la presencia de figuras que puedan ser inspiradoras para las generaciones jóvenes. El Dr. Roncoroni fue efectivamente un inspirador activo y generoso para quienes éramos jóvenes en el momento de conocerlo. Puedo dar fe que merece ampliamente este homenaje y el recuerdo cálido de quienes tuvimos la suerte y el privilegio de haberlo conocido y compartido un espacio de trabajo con él.
Lamentablemente hoy los jóvenes residentes (aún del Hospital María Ferrer creación genuina y uno de los mayores logros del Dr. Roncoroni) es probable que conozcan muy poco sobre cómo era la persona a quien hoy estamos homenajeando. Siento la responsabilidad inmensa de tratar de transmitirles especialmente a ellos cómo era quien para mí fue un MAESTRO con mayúsculas.
El Dr. Roberto Viola otro inteligente investigador a quien algunos de ustedes recordarán decía que el curriculum del Dr. Roncoroni cabía en un boleto de colectivo y decía: –Hizo el Ferrer–. La epidemia de polio del año 1956 afectó gran cantidad de pacientes provocando severas alteraciones respiratorias y motivó la creación de lo que entonces fue llamado Centro de Rehabilitación Respiratoria María Ferrer y la designación del Dr. Roncoroni al frente del mismo. La epidemia pasó dejando su cuota de dolor y un centro especializado para el tratamiento de las secuelas. A partir de allí lentamente comenzaron a atenderse pacientes con otras enfermedades y modelando una institución de características monoclínicas muy particulares. El Dr. Roncoroni dejó el hospital en 1984 para ir a dirigir por concurso el Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari. Me consta de conversaciones confidenciales con él, lo que le costó tomar la decisión de dejar el Ferrer pero preveía que el hospital público iba a entrar en retroceso y pensó que en un hospital universitario iba a tener más oportunidades para continuar con su labor de investigación y docencia.
Como resumen de sus 28 años al frente del Ferrer podemos señalar que creó un centro de investigación con una frondosa producción experimental y clínica donde funcionó la primera terapia intensiva del país estableciéndose las bases de la asistencia respiratoria mecánica en nuestro medio, se desarrolló un laboratorio pulmonar con un pletismógrafo donde se efectuaron las primeras medidas de volúmenes pulmonares, resistencia de la vía aérea y difusión de monóxido de carbono al tiempo que se impulsaba el uso rutinario de la espirometría, se instaló un laboratorio de gases en sangre y medio interno excepcional para la época, se entrenaron camadas de anestesistas interesados en las nuevas técnicas ventilatorias, se hizo cirugía de tráquea, se hicieron las primeras fibrobroncoscopías del país y se inició el estudio de la función de los músculos respiratorios solo para destacar algunos de los logros. El Dr. Roncoroni fue un hacedor nato.
Habiendo dicho estas cosas voy a tratar de hacer una semblanza de Aquiles Roncoroni rescatando su particular manera de interrelacionarse con otros médicos. Era severo y muy irónico con los colegas pero cordial y afectuoso con discípulos y pacientes. Les pido perdón porque para hacer esta semblanza necesariamente tengo que ser autoreferencial. Es la manera más sincera que encontré para dar mi testimonio sobre un grande de verdad a los jóvenes médicos que están hoy aquí.
Conocí al Dr. Roncoroni cuando era alumno de medicina en la UDH de la 3era Cátedra de Medicina a cargo del profesor Alfredo Lanari. Daba algunas clases esporádicas sobre temas fisiológicos y era nuestro terror cuando tomaba examen. Decíamos que preguntaba cosas difíciles y de poca importancia (chimentos los llamábamos entonces). De hecho una de sus preguntas favoritas era: ¿Cuáles son los valores normales del ionograma? Un dato
de laboratorio básico y esencial de nuestro accionar cotidiano hoy en día era una rareza que nos preguntaba el Dr. Roncoroni. Era la expresión más cabal de la disociación habitual en aquella época entre la medicina moderna de bases fisiológicas y la académica o humanística rígida que exigía memorizar nombres propios de signos y enfermedades rarísimas muchas de las cuales jamás vi en mi carrera de médico. Roncoroni tenía una visión a futuro fantástica de lo que después resultaba ser importante y se negaba a aceptar que los alumnos no conocieran estas cosas en franca rebeldía contra otros profesores de la época.
En el 3er año de mi residencia en Clínica Médica en el Instituto Lanari me tocó rotar por el Ferrer, me gustó y me quedé. Allí nació efectivamente mi verdadero contacto con el Dr. Roncoroni. Son muchas las cosas que reconocí y admiré en él a lo largo de mis años de trabajo a su lado.
Una de las primeras que aprendí fue que hay que hablar de lo que uno hace y no de lo que lee. Schiavi, me decía, hay que comprobar si lo que uno piensa es cierto; hay que medir todo lo que se pueda de la mejor manera posible. Cuando tenga sus resultados, si Ud. confía como los obtuvo, publíquelos aunque sean totalmente distintos de los que ya existen o los que le cuentan en los congresos. Era un iconoclasta consumado que solo creía lo que veía. Puso en apuros con sus preguntas en jornadas y congresos a más de un invitado extranjero prominente.
Publicó numerosos trabajos pero además empujaba a publicar a todos los que lo rodeaban. Schiavi: ¿Qué le parece si hace un borrador del trabajo y lo discutimos la semana que viene? El ¿qué le parece? era una orden pronunciada con afecto pero cuidado con desobedecerla. En aquella época diseñar un trabajo y llevarlo a cabo era difícil pero divertido. Una vez concluidos los estudios armar el manuscrito y publicarlo era muy complejo y aburrido. No existía Google ni cortar y pegar. Las búsquedas bibliográficas eran complicadas, los trabajos se escribían manualmente en hojas de papel tachando y reescribiendo muchas veces el texto hasta que alcanzaba un nivel suficiente como para pedirle a la secretaria que lo pasara a máquina. Finalmente se lo enviaba a las revistas y comenzaba el proceso de revisión con sobres que iban y venían por correo muchas veces con rechazos o sugerencias de cambio hasta que aparecía la revista que lo aceptaba.
El Dr. Roncoroni tenía un entusiasmo notable para hacerlo cuando debía y más notable para perseguir a quienes teníamos que terminar esa etapa. Y los trabajos se publicaban! Pero aquí debo agregar una virtud adicional. Jamás aceptaba figurar en un trabajo si no había participado en alguna etapa de su desarrollo. En una de mis primeras experiencias sin él, le pregunté inocentemente si no quería figurar entre los autores y me respondió: “Si yo no trabajé, no es razonable que figure”. Era un verdadero gesto de grandeza que es poco frecuente. Muchos curricula están cargados de trabajos en los que el autor figura solamente por ser jefe de un servicio.
Era un trabajador incansable y persistente. Le encantaba el trabajo manual. En aquella época los bucles para medir volúmenes pulmonares que ahora vemos en la pantalla de la computadora y modificamos con el teclado se medían directamente en la pantalla de rayos catódicos del pletismógrafo con una grilla manual y uno de los operadores lo anotaba en una hoja. Costaba trabajo lograr que dejara el lugar frente a la pantalla para que los demás también lo hiciéramos.
Le encantaba discutir con la gente del laboratorio los distintos trabajos que se publicaban y podíamos estar muchos minutos discutiendo conceptos nuevos de aquella época. El tiempo a su lado pasaba sin darme cuenta.
En contraste con su faceta experimental también disfrutaba muchísimo viendo pacientes. Venía a la recorrida de sala 3 veces por semana. Curiosamente y a pesar de que era exigente y severo en el manejo de la gente tenía la cualidad de saber escuchar. Para él, todas las opiniones, desde el residente de primer año hasta el jefe de sala, podían tener su cuota de lógica y discutía apasionadamente con todos hasta que se tomaban las decisiones terapéuticas en un ambiente democrático. Pero después de decidido que hacer, cuidado con el que desobedeciera una determinación tomada en la revista de sala.
En comparación con esta severidad era extremadamente divertido en las reuniones sociales y las amenizaba destilando su ironía frente a todos los hechos de la vida política y social. Le encantaba repetir: “Todo el mundo habla de lo que no sabe: los militares de democracia, los sacerdotes de matrimonio, es increíble”. A la hora de bailar lo hacía con el mismo entusiasmo juvenil con que investigaba. Amaba también los deportes pero su habilidad para ellos era muy inferior a su capacidad científica.
La última virtud que quiero destacar es que era un defensor acérrimo del hospital público. Estaba convencido firmemente de que los hospitales tenían que funcionar durante todo el día y debían combinar la asistencia con la docencia y la investigación para generar conocimiento. Era partidario además de que los médicos tuvieran un único trabajo fulltime incluyendo sus propios consultorios en el mismo hospital. Esta defensa militante de las instituciones públicas le trajo no pocos problemas con diferentes autoridades de turno pero jamás lograron hacerlo desistir de sus reclamos. Era insobornable.
Los años que pasé junto a él fueron muy fructíferos. Su partida del Ferrer nos dejó como los hijos que se quedan sin padre y tuvimos que hacer muchos esfuerzos para tratar de continuar y preservar su legado más allá de múltiples vicisitudes que hemos pasado a lo largo de los años.
De esta manera he querido presentar al Dr. Aquiles Roncoroni tal como lo disfruté durante los años jóvenes de mi formación, lúcido, entusiasta, perseverante, enamorado de la medicina y de la investigación, con un bagaje científico y cultural notable unido todo ello a una gran capacidad de trabajo. Severo en los momentos de tomar decisiones y cordial en el trato a la hora de discutir ciencia.
Espero haber logrado transmitir lo que significaba estar en contacto con él y el magnetismo que ejercía.
Bertolt Brecht decía: hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda la vida, esos son los imprescindibles. Aquiles Roncoroni fue imprescindible para el desarrollo moderno de la Neumonología Argentina.

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Mujer joven con afectación pulmonar bilateral y alteración de la conciencia

Autores:

Churin Lisandro
Ibarrola Manuel

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